Martes, 03 de Dic 2024
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El Sueño de mi General Francisco Villa

El Sueño de mi General Francisco Villa
¿Cómo llegó el pueblo mexicano, los campesinos, las mujeres y los niños a la Revolución? Siglos de explotación indiscriminada determinaron los ánimos para una lucha armada que ya nada ni nadie, pudieron detener.

Los campesinos, a quienes la tiranía sometió a través de la ignorancia y la religión, fueron los primeros en decidirse a combatir; no con los ideales de las clases medias, que fueron quienes pugnaron por una Revolución, a sabiendas de que ésta no sería posible sin la intervención de las masas, sin que en ella actuaran como protagonistas los campesinos y los obreros, que integraban la mayoría del pueblo. Ellos, los que ofrendaron sus vidas, lucharon por su sobrevivencia, con la fe de que en una revuelta en la que todos se unieran por un bien común, cambiaría el rumbo de su existencia, la de sus hijos y sus mujeres. Esta rebelión, explosiva, de alguna manera parcial, pero siempre localizada, fue extendiéndose, al mismo tiempo que la dictadura del General Porfirio Díaz llegaba a su fin.

¿Cómo llegó Doroteo Arango Arámbula, más conocido como el General Francisco Villa, a ser uno de los caudillos más importantes de la Revolución Mexicana? Un hombre que, a pesar de la mala fama que le han creado algunas películas mexicanas tristemente célebres, casi nunca probó el alcohol; que era más bien adicto a las malteadas de fresa y las palanquetas de cacahuate, el queso asadero y los espárragos de lata. Que apenas si sabía leer y escribir, pero cuando fue Gobernador de Chihuahua fundó, en un mes, cincuenta escuelas.

La organización de la riqueza y del trabajo en el norte, había girado en torno a la constitución de grandes latifundios que absorbían de modo global, la vida de todos los hombres y aún de los pueblos y ciudades que en ellos o junto a ellos se iban formando. Las explosiones sociales que desde un principio se dieron en aquellas lejanas y apartadas latitudes tuvieron esta base.

En el norte, justamente se localizaban, al comenzar el siglo, las propiedades mayores de toda la República. Sólo Terrazas en Chihuahua poseía 2 659 954 hectáreas, lo que hacía que dijera, cuando se le preguntaba si era de Chihuahua, que Chihuahua era suyo.

Villa nació peón y en cuanto tal se hizo rebelde, víctima de la violencia que sobre él y los suyos ejercía un hacendado de Durango. Mientras no fue una figura nacional, Pancho Villa fue un bandolero, un “bandido generoso”, de los que la leyenda popular ha consagrado, que vengaban al pueblo, robando y destruyendo las haciendas y los ganados de los ricos para dar a los pobres. Por esto mismo, sin duda, Villa entró en la historia, al frente de su poderosa y legendaria División del Norte, como uno de los héroes populares más temidos, odiados y vilipendiados, aquél respecto a quien más tardaron en apaciguarse los ánimos, al grado de que aún hoy se le sigue tratando nada más que como a un delincuente.

“Pero Villa, siendo peón y sintiéndose tal -escribía en 1914 John Reed-, más que razonar conscientemente que la verdadera causa de la Revolución es la cuestión de la tierra, ha obrado con prontitud característica y sin rodeos. Tan pronto como hubo concluido los detalles del gobierno del Estado de Chihuahua y designado a Chao su gobernador provisional, lanzó una proclama concediendo 25 hectáreas de las tierras confiscadas a cada ciudadano varón en el estado, declarando dichas tierras inenajenables por cualquier causa, por un período de diez años. Lo mismo sucedió en el Estado de Durango.

Su propia experiencia de explotado y perseguido, lo había llevado a profesar un odio generalizado por los ricos: “Los ricos han sido para él sus enemigos y los enemigos de su clase. Sobre casi todos quisiera ejercer su justicia tremenda, justicia de exterminio y de venganza implacable” - John Reed. México Insurgente.

Pero entre los ricos, Villa odiaba más que a ninguno a los españoles, los “gachupines”, a quienes hacía prácticamente responsables de todas las desgracias nacionales.

Cuando expulsó a los españoles de Chihuahua, y protestó por ello el cónsul norteamericano Letcher, Villa le dijo las siguientes palabras:

“…nosotros los mexicanos hemos tenido trescientos años qué ver con los españoles. No han cambiado en carácter desde los conquistadores. Destruyeron el imperio indio y esclavizaron al pueblo. No les pedimos que mezclaran su sangre con la nuestra. Los hemos arrojado dos veces de México y dejado volver con los mismos derechos que los mexicanos, y ellos han usado esos derechos para despojarnos de nuestra tierra, para hacer esclavo al pueblo y para tomar las armas contra la causa de la libertad. Sostuvieron a Porfirio Díaz. Fueron perniciosamente activos en política. Fueron los españoles los que fraguaron el complot para llevar a Huerta al Palacio Nacional. Cuando Madero fue asesinado, los españoles celebraron banquetes jubilosos en todos los Estados de la República. Nos impusieron la mayor superstición que ha conocido el mundo: La iglesia católica. Unicamente por eso merecerían la muerte. Considero que somos muy generosos".-John Reed. México Insurgente.

Y en la condenación de los ricos y de los extranjeros iba una aceptación clara de los pobres que simplemente no se cuestionaba; a los extranjeros expulsados de Chihuahua diría: "Éstas son las últimas palabras que llevan ustedes a su gente. Ya no habrá más palacios en México. Las tortillas de los pobres son mejores que él, pan de los ricos".

Antes de que Villa agregara a sus propias ideas al programa agrario de los zapatistas, en la Convención Revolucionaria, para él, dar un pedazo de tierra a los campesinos pobres significaba darlo, ante todo, a sus soldados, como que eran quienes habían luchado por ella. Pero él jamás vio a sus soldados como algo diferente del pueblo, eran el pueblo mismo.

"Nuestro pueblo nunca ha tenido justicia -dijo a Zapata en Xochimilco-, ni siquiera libertad. Todos los terrenos principales los tienen los ricos, y él, el pobrecito encuerado, trabajando de sol a sol. Yo creo que en lo sucesivo va a ser otra vida, y si no, no dejamos éstos máussers que tenemos".

Si el sueño de Zapata se cifraba en devolver sus tierras a los campesinos de Morelos, profundamente arraigados en sus pueblos, el de Villa era dar la tierra a los desarraigados del norte, que sin dejar de ser soldados le confirieron un nuevo sentido a la Patria, como él la concebía.

"Cuando se establezca la nueva República, en México ya no habrá ejército. Los ejércitos son el sostén más grande de la tiranía. No puede haber Dictador sin ejército. Pondremos a trabajar al ejército. En todas partes de la República estableceremos colonias militares, compuestas con los veteranos de la Revolución. El Estado les garantizará tierras agrícolas y establecerá grandes empresas industriales para darles ocupación. Trabajarán tres días a la semana y lo harán duro, porque el trabajo honrado es más importante que pelear y sólo el trabajo honrado hace buenos ciudadanos. En los otros tres días recibirán instrucción militar, e irán a enseñar a todo el pueblo a pelear. Entonces, cuando la Patria sea invadida, únicamente con tomar el teléfono desde Palacio Nacional en la Ciudad de México, en medio día se levantará todo el pueblo mexicano desde sus campos y fábricas, bien armado, equipado y organizado para defender a sus hijos y sus hogares. Mi ambición es vivir mi vida en una de esas colonias militares, entre mis compañeros a quienes quiero, que han sufrido tanto y tan hondo conmigo. Creo que desearía que el gobierno estableciera una fábrica para curtir cueros, donde pudiéramos hacer buenas sillas y frenos, porque sé cómo hacerlos; el resto del tiempo desearía trabajar en mi pequeña granja, criando ganado y sembrando maíz. Sería magnífico, yo creo, ayudar a hacer de México un lugar feliz".-John Reed. México Insurgente.

Villa mantuvo posiciones más individualistas que Zapata. Para Villa el problema agrario no era un problema de pueblos o comunidades, como para Zapata, ni siquiera, como también para los zapatistas, a manera de un trámite para llegar a establecer la pequeña propiedad; para Villa, el problema agrario era el problema de la pequeña propiedad. La misma adopción del Plan de Ayala se interpretaba sobre esta base y constituyó siempre el verdadero puente de unión entre el zapatismo y el villismo. Ya durante 1914 y principios de 1915, las publicaciones villistas se habían encargado de forjar un verdadero cuerpo de doctrina en torno a la adopción del ideal de la pequeña propiedad como principio rector del villismo.

En mayo de 1915, mientras se desarrollaba furiosamente la lucha entre la División del Norte y el Ejército Constitucionalista al mando de Obregón, el General Villa, en su calidad de Jefe de Operaciones de las Fuerzas Armadas de la Convención Revolucionaria, expidió en la ciudad de Guanajuato, una Ley General Agraria, que es el último y el más importante documento que en materia agraria explica el pensamiento del villismo.

Como lo explicó en cierta ocasión Antonio Díaz Soto y Gama, comentando la Ley Agraria del General Villa y entendiendo su pensamiento a la perfección, "no se trata como en el reparto ejidal, de reducir la parcela a la extensión indispensable para el cómodo sustento del beneficiario y de sus parientes, sino que se persigue un objetivo económico y agrícola más amplio; crear una clase media rural, constituida, no ya por ejidatarios dedicados casi exclusivamente al autoconsumo, sino por esos dinámicos agricultores que en nuestro país se conocen con el expresivo nombre de "rancheros", que no contentándose con producir lo estrictamente necesario para su subsistencia, aspiran a proveer a la economía nacional, de todos los productos alimenticios y de toda la materia prima que aquella necesita para el bienestar, la eficiente nutrición y el anhelado progreso de los habitantes de la República, pobres y ricos, proletarios y poseyentes".

No bastaba que se diera la tierra a los campesinos: para defenderla éstos tenían necesidad de estar armados, en sus colonias agrícolas militares, una forma de autodefensa popular en la que se combina el fusil con la tenencia de la tierra; sino que además, se hacía vital la autonomía de los Estados, sobre todo y no era poco, para mantener alejadas a la fuerza militar federal e impedir la influencia de los políticos y el coyotaje de abogados y tinterillos, a quienes no había reforma social que resistiera.

Se ha dicho mucho que el rompimiento de Villa con Carranza obedeció a una vulgar pugna por el poder. Naturalmente que tanta bajeza, de ser así las cosas, es sólo a Villa a quien se atribuye. Pero fuera de estos falsos rumores, que no han ayudado más que a cubrir de fango la verdadera naturaleza del villismo y a enturbiar su conocimiento, lo real fue una continua pugna por limitar el poder de Villa y, sobre todo, por limitar el alcance de las demandas villistas.

En el manifiesto de septiembre de 1914, en el que se proclama el rompimiento con Carranza, Villa exige la separación del primero de la jefatura del ejército Constitucionalista, protestando que ni él ni ninguno de los generales de le División del Norte ambicionan ni aceptarán la presidencia; al efecto, propone que los generales con mando de tropas designen “una persona civil que, con el carácter de Presidente Interino de la República, convoque desde luego a elecciones para establecer el orden constitucional e inicie las reformas económico sociales que la Revolución exige".

En el fondo, Villa no hacía más que seguir los puntos acordados con Obregón el 3 de septiembre, y ello era absolutamente coherente con las exigencias de autonomía local que desde Chihuahua venía preconizando. Nada más lejano de la verdad que el pretendido deseo de Villa de apoderarse del Estado. Él nunca renunció a las demandas elementales, pero esenciales, que en el terreno económico y social sostenían los revolucionarios de Chihuahua.

Fueron los mismos "políticos", aquellos que efectivamente se habían planteado la lucha por el poder del Estado, quienes se encargaron de desprestigiar a Villa tildándolo de "político" y, lo que es más, de "reaccionario", pues, según señalaban, había abandonado la bandera de las reformas sociales, para perseguir el simple dominio político. Días después de publicado el manifiesto villista, don Luis Cabrera afirmaba en el seno de la Soberana Convención Revolucionaria:

"Las aspiraciones de México, tales como se contienen en este manifiesto, son muy mezquinas. Las grandes necesidades de nuestro país, no son políticas; la política no es más que un medio. Las necesidades de nuestra patria son más hondas: las necesidades de nuestra patria en política no son esencialmente constitucionales y democráticas en estos instantes. Este manifiesto del general Villa, que es la clave, que es el resumen de las ideas que predominan en la División del Norte, os pide única y exclusivamente que restablezcáis a toda prisa el orden constitucional. Váis, pues, a enfrentaros con un grupo de hombres que tiene por bandera el restablecimiento de la Constitución; un grupo de hombres que no quiere reformas, si no es después de restablecida la Constitución y, oídlo bien, un grupo de hombres que quiere por Presidente de la República a un civil, para poderlo manejar".

Diez meses después del discurso de Cabrera, Vila había sido destrozado militarmente por los ejércitos carrancistas. De sus exigencias agrarias y de sus sueños sobre las autonomías locales y las colonias agrícolas militares no quedó ni el recuerdo, ahogados en la instauración de un nuevo Estado nacional y en la proclamación constitucional de las reformas sociales.

Al legendario Centauro del Norte no se le reconocería, pues, más mérito que el de haber sido un bandolero brutal, asesino y atrabiliario, mientras Zapata era elevado a la calidad de héroe nacional y se decretaba el divorcio entre los jefes de los ejércitos campesinos, como entre el ángel y el demonio de una misma causa: la lucha por la tierra.

Centauro del Norte que en aras de la quimera inalcanzable de una Patria en donde el trabajo honrado, una granja y el sustento necesario sería suficiente para cada mexicano, ofreciste tu vida y tus sueños; sacrificaste, sin saberlo, tu reputación; nos diste tu juventud.

A más de cien años del movimiento armado más trascendente, en la historia de nuestro país, en el siglo XXI, tu nombre y tu vida son ejemplo de valor y patriotismo, en una época en la que casi nadie se preocupa por las injusticias, a menos que les afecten en su persona o en la de sus parientes más cercanos; donde lo único importante es acrecentar la cuenta de banco, comer en los mejores restaurantes, ropa de marcas extranjeras o vacacionar en una playa.

En un país como el nuestro, pletórico de belleza y recursos naturales; con un clima que nos favorece la mayor parte del tiempo, los mexicanos deberíamos echar una mirada hacia nuestro pasado, orgullosos de los héroes, los caudillos y todos aquellos que ofrendaron su sangre, para darnos hoy, sin que ellos lo imaginaran en medio de las contiendas, la posibilidad de estudiar, de aprender a leer y a escribir, de comer todos los días, de no ser explotados en una hacienda henequenera, de tener la oportunidad de vivir dignamente; deberíamos reconocer los privilegios con los que ellos nunca se atrevieron siquiera a soñar y que nos heredaron tras la Revolución Mexicana.

No tenemos que morir, lo único que la Patria nos pide, por el recuerdo de nuestros héroes -a veces olvidados, otras vilipendiados- es trabajar, con ahínco, honradamente, pensando siempre que el esfuerzo de cada día, de cada uno de nosotros, si es verdadero y sólido, enaltecerá nuestro espíritu y hará de México un mejor lugar para vivir, del que puedan sentirse orgullosas las siguientes generaciones. Sólo así se consolidará el sueño de mi General Francisco Villa.


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